martes, 20 de mayo de 2008

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20-05-08 Un día nublado que inevitablemente provoca sensación de vacío, soledad, y uno se vuelve vulnerable y extremadamente sensible a cualquier estímulo o carencia de este.
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-¡Oh, Eduarda; hace cuatro días que no la veo!

-Cuenta usted bien; pero ¡he tenido tanto qué hacer!... Venga a casa y verá.

Ya en su casa me lleva a la sala principal, de cuyo centro ha desaparecido la mesa; las sillas, alineadas junto a las paredes, indican el deseo de dejar el mayor espacio posible; todo ha cambiado de lugar, y la lámpara y las puertas aparecen adornadas de guirnaldas y telas de colores. El piano ocupa un rincón... Sin duda los preparativos para el baile.

-¿Cómo lo encuentra todo? -me pregunta.

-Extraño, claro... pero bien.

Salimos de la sala y en un pasillo, con voz enternecida le pregunto:

-¿Me has olvidado del todo Eduarda?

-No le entiendo... Puesto que he visto lo que he tenido qué hacer en cuatro días, ¿cómo podría verle?

-Es verdad, no le quedaba tiempo para ir...

Fatigado por la falta de sueño y enervado por la inconformidad intranquila de tantos días de espera, no pude contenerme y sólo tuve palabras inoportunas.

-No discuto que no haya podido venir; lo que sí afirmo es que hay entre nosotros algo, un cambio, una causa... ¡Ah, si yo pudiera leer tras de esa frente de cuyo misterio sólo ahora me doy cuenta!...

-¡Pero si le digo que no lo he olvidado! -dice ruborosa, cogiéndose a mi brazo para convencerme.

-Puede que no me haya olvidado... Acaso ni sepa lo que digo.

-Mañana recibirá la invitación y bailaremos juntos. No se ponga así... Ya verá que bien vamos a bailar.

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